DIVINAS PALABRAS,
DE VALLE-INCLÁN

Subtitulada Tragicomedia de aldea, Divinas palabras es, según su director y gran conocedor de esta obra que representó por primera vez en 1976, “el exponente más moderno, el engranaje más perfecto y el cénit en el que el teatro español alcanza su máximo nivel, hoy en día, aún no superado”.
Fue estrenada el 16 de noviembre de 1933 en el Teatro Español de Madrid, dirigida por Cipriano Rivas Cherif y con Margarita Xirgú y Enrique Borrás entre su elenco. Sin embargo, casi cien años después, la obra no ha perdido ni un ápice de su poder corrosivo. En esta ocasión, viene de la mano del Centro Dramático Nacional y de Producciones Faraute, la que fuera la compañía de Miguel Narros que mantiene en pie como productor Celestino Aranda.
La trama se centra en la familia de los Gailo, y la acción empieza cuando, al morir su hermana, se disputan a Laureaniño, su hijo hidrocéfalo con el que Mari Gaila recorre las ferias obteniendo en limosnas cuantiosos beneficios. Al secuestro del sobrino, se añade el adulterio hacia su marido el sacristán, así como otros rasgos de lo peor del ser humano que irán apareciendo: fanatismo, barbarismo, codicia, avaricia y lujuria, que interpretan de forma brillante los actores miembros del elenco, en una mezcla entre lo trágico, lo dramático, lo cómico y lo grotesco.
La obra es claramente agresiva, a veces brutal. Está inmersa en las raíces de un pueblo que, sin perder su pasión, se comporta con el instinto y no con la razón. Un instinto deformado que lleva a cometer acciones inimaginables y que corroen los pilares de una sociedad burguesa, retrógrada y castradora. Y todo ello, a través de un acidísimo humor negro, que es el sello de Valle-Inclán, a quien volvemos a programar en nuestro teatro un año después de Luces de Bohemia, que pudimos disfrutar el año pasado y que deseamos seguir viendo en estas tablas.